Empecemos con algo que a todos nos afecta: el transporte público. Galán nos
sube la tarifa de Transmilenio de 2.950 a 3.200 pesos. Esto, en palabras
sencillas, hace que Bogotá tenga la cuarta tarifa más cara de transporte
público de toda América Latina. Y no solo eso, sino que, a pesar de ese
aumento, seguimos viviendo la misma pesadilla a bordo de esos buses. El robo es
una constante, las aglomeraciones están a la orden del día, y la inseguridad se
siente en cada esquina. Y, como si fuera poco, los índices de insatisfacción no
hacen más que aumentar. Según la Encuesta de Percepción Ciudadana, el 65% de
los bogotanos está inconforme con Transmilenio y el 55% con el SITP. No es solo
que suban el precio, es que no nos dan ni lo básico a cambio, es que el
transporte no mejora, y antes sigue de mal en peor.
Pero el problema no termina ahí. Cada vez que algo sale mal en Bogotá, la
respuesta de Galán es la misma: "La culpa no es mía, es de Petro, o del
concejo, o de cualquiera, pero nunca mía". La inseguridad crece, y el
alcalde se muestra ausente. Hace poco, una niña fue arrastrada por unos
ladrones, siguen incrementando los robos en la carrera séptima. ¿Qué hizo
Galán? Absolutamente nada. En San Victorino, las balaceras siguen siendo pan de
cada día. Y, en vez de tomar cartas en el asunto, el alcalde se dedica a
desviar la atención hacia cualquier otra cosa que no sea su responsabilidad.
Esto es algo que los bogotanos ya no pasamos entero.
Lo peor de todo es que la cifra de feminicidios en Bogotá no deja de crecer.
El año pasado, 74 mujeres fueron asesinadas, y la Línea Púrpura, creada para
protegerlas, sigue siendo una burla, ineficiente, ineficaz y con poco margen de
actividad, y claramente sin la efectividad ni el alcance que se prometió. La
administración de Galán ha sido incompetente para frenar la violencia, y cada
día que pasa, la ciudad se hunde más en el caos.
Además, hablemos de los 30.000 millones de pesos que se gastaron para
arreglar las cámaras de seguridad de la ciudad. El resultado: de 5.828 cámaras,
2.706 no funcionaban. O sea, más de la mitad de las cámaras de seguridad no
estaban operando.
Y como si eso no fuera suficiente, las obras a cargo del distrito siguen
retrasadas. Ya no importa si son obras que empezaron antes de la administración
de Galán, el hecho es que él es el máximo responsable. La plata de los
bogotanos sigue siendo desperdiciada, y las obras prometidas siguen sin
terminarse. ¿Y el alcalde? Pues parece que sigue concentrado en otras cosas,
mientras Bogotá se desangra.
Otro tema que no podemos pasar por alto es la crisis del agua. El
racionamiento se ha convertido en una pesadilla que, lejos de solucionarse, se
agrava cada día más. Claudia López, la exalcaldesa, ya sabía que la sequía iba
a ser un problema y entregó Chingaza con niveles bajos. Sin embargo, Galán,
confiado en que las lluvias llegarían, flexibilizó el racionamiento, y cuando
el nivel de Chingaza se desplomó en agosto, volvimos a la vieja y cruel
realidad del racionamiento diario. El Acueducto sigue sin dar respuestas, y los
bogotanos seguimos cargando con la culpa de la falta de previsión de quienes
nos gobiernan.
Lo digo sin pelos en la lengua, en Bogotá nos roban en la calle y también
desde el Palacio de Liévano. La administración de Galán parece más interesada
en hacer “reunioncitas” que en resolver los problemas reales de la gente. Nos
prometieron gobernar, pero lo único que vemos hasta el momento es un
desgobierno descarado, incapaz e incompetente. Mientras tanto, la ciudad sigue
hundiéndose y los bogotanos seguimos pagando los platos rotos.
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