El que tiene ciudad, que la gobierne


Imagen construida con otras fuentes, pero realizada por el editor general de 
La Nota Política.

Escrito por David Novoa

29 de octubre de 2023, ese fue el día en el que elegimos a Carlos Fernando Galán como nuestro alcalde, con la “esperanza” de que la ciudad daría un giro, de que sus problemas se resolverían y, por fin, podríamos decir que Bogotá sería la ciudad que merecemos. Pero, casi un año después, lo único que nos queda claro es que estamos peor que antes. La pregunta que todos nos hacemos, en medio de tanta dificultad, es: ¿Dónde estará el alcalde?

Empecemos con algo que a todos nos afecta: el transporte público. Galán nos sube la tarifa de Transmilenio de 2.950 a 3.200 pesos. Esto, en palabras sencillas, hace que Bogotá tenga la cuarta tarifa más cara de transporte público de toda América Latina. Y no solo eso, sino que, a pesar de ese aumento, seguimos viviendo la misma pesadilla a bordo de esos buses. El robo es una constante, las aglomeraciones están a la orden del día, y la inseguridad se siente en cada esquina. Y, como si fuera poco, los índices de insatisfacción no hacen más que aumentar. Según la Encuesta de Percepción Ciudadana, el 65% de los bogotanos está inconforme con Transmilenio y el 55% con el SITP. No es solo que suban el precio, es que no nos dan ni lo básico a cambio, es que el transporte no mejora, y antes sigue de mal en peor.

Pero el problema no termina ahí. Cada vez que algo sale mal en Bogotá, la respuesta de Galán es la misma: "La culpa no es mía, es de Petro, o del concejo, o de cualquiera, pero nunca mía". La inseguridad crece, y el alcalde se muestra ausente. Hace poco, una niña fue arrastrada por unos ladrones, siguen incrementando los robos en la carrera séptima. ¿Qué hizo Galán? Absolutamente nada. En San Victorino, las balaceras siguen siendo pan de cada día. Y, en vez de tomar cartas en el asunto, el alcalde se dedica a desviar la atención hacia cualquier otra cosa que no sea su responsabilidad. Esto es algo que los bogotanos ya no pasamos entero.

Lo peor de todo es que la cifra de feminicidios en Bogotá no deja de crecer. El año pasado, 74 mujeres fueron asesinadas, y la Línea Púrpura, creada para protegerlas, sigue siendo una burla, ineficiente, ineficaz y con poco margen de actividad, y claramente sin la efectividad ni el alcance que se prometió. La administración de Galán ha sido incompetente para frenar la violencia, y cada día que pasa, la ciudad se hunde más en el caos.

Además, hablemos de los 30.000 millones de pesos que se gastaron para arreglar las cámaras de seguridad de la ciudad. El resultado: de 5.828 cámaras, 2.706 no funcionaban. O sea, más de la mitad de las cámaras de seguridad no estaban operando.

Y como si eso no fuera suficiente, las obras a cargo del distrito siguen retrasadas. Ya no importa si son obras que empezaron antes de la administración de Galán, el hecho es que él es el máximo responsable. La plata de los bogotanos sigue siendo desperdiciada, y las obras prometidas siguen sin terminarse. ¿Y el alcalde? Pues parece que sigue concentrado en otras cosas, mientras Bogotá se desangra.

Otro tema que no podemos pasar por alto es la crisis del agua. El racionamiento se ha convertido en una pesadilla que, lejos de solucionarse, se agrava cada día más. Claudia López, la exalcaldesa, ya sabía que la sequía iba a ser un problema y entregó Chingaza con niveles bajos. Sin embargo, Galán, confiado en que las lluvias llegarían, flexibilizó el racionamiento, y cuando el nivel de Chingaza se desplomó en agosto, volvimos a la vieja y cruel realidad del racionamiento diario. El Acueducto sigue sin dar respuestas, y los bogotanos seguimos cargando con la culpa de la falta de previsión de quienes nos gobiernan.

Lo digo sin pelos en la lengua, en Bogotá nos roban en la calle y también desde el Palacio de Liévano. La administración de Galán parece más interesada en hacer “reunioncitas” que en resolver los problemas reales de la gente. Nos prometieron gobernar, pero lo único que vemos hasta el momento es un desgobierno descarado, incapaz e incompetente. Mientras tanto, la ciudad sigue hundiéndose y los bogotanos seguimos pagando los platos rotos.

 


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