Año tras año, cientos de jóvenes guajiros deciden dejar todo atrás. Y no lo hacen por gusto, no lo hacen porque no les importe su tierra. Lo hacen porque no hay oportunidades. Porque estudiar y trabajar con dignidad en la Guajira sigue siendo un privilegio, no un derecho.
Migrar se ha tornado, pues, una especie de destino común al que los jóvenes de la región deben apuntar si desean construir un futuro. “Porque voy a estudiar a una Universidad en otra ciudad”, “porque aquí no hay trabajo”, “porque mi primo me ayudará”, son algunas de las frases que sustentan estas afirmaciones. Y, así, la Guajira desangra –metafóricamente, pero de manera muy real- a sus jóvenes más formados, a sus potenciales talentos emergentes, a sus futuros líderes, aquellos que pudieran conducir esos cambios que tanto requiere la región.
No es un fenómeno nuevo, pero se ha agudizado en los últimos tiempos. La carencia de infraestructura educativa, el trabajo precario en la juventud y la falta de políticas explícitas para retener al talento han formado un espiral negativo: los jóvenes se marchan por no hallar una salida aquí y, la Guajira, se queda sin jóvenes para generarla.
El costo de esa fuga silenciosa es enorme. Una sociedad que expulsa a sus jóvenes se condena a sí misma a la inmovilidad. Además, la migración no es solo una elección individual, es una manifestación de la falla colectiva. No podemos continuar legitimando el hecho de que la medida preventiva más eficaz para el joven guajiro es empacar sus maletas.
El Estado colombiano tiene, sin duda, una deuda histórica con la región. Pero los líderes locales también son responsables. No se puede culpar únicamente a Bogotá ni a las multinacionales: la corrupción y la mala inversión de los recursos en La Guajira han contribuido a cerrar las puertas a su propia juventud.
No se reduce, por tanto, a abrir más cupos universitarios o implementar programas de empleo simbólicos. Se trata, también, de concebir a la Guajira como un territorio de futuro y de posibilidad, capaz de brindar un horizonte de vida digna a sus hijos e hijas. Esto implica inversiones concretas en educación superior, promoción de la juventud emprendedora, dotación de infraestructuras culturales y tecnológicas y políticas públicas que incorporen a la juventud en la toma de decisiones.
La juventud guajira no quiere huir: quiere quedarse, pero con dignidad. Quiere construir su vida en su tierra, sin tener que decidir entre la raíz y el progreso. Migrar debería ser una opción, nunca una condena. La pregunta ya no es cuántos jóvenes se irán este año, sino cuántos más podrán quedarse si empezamos a actuar. Porque cada joven que migra no solo deja un vacío en su familia, sino también en el sueño de un territorio que se merece un futuro diferente.
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