En Colombia, ser periodista es una tarea que oscila entre el ideal de fiscalizar al poder y la
realidad de sobrevivir dentro de él. Así lo sugiere la trayectoria de Guillermo Gómez
Romero, periodista de investigación, tres veces ganador del Premio Simón Bolívar y, hasta
hace poco, secretario de Comunicaciones de la Presidencia. Su historia resume las
tensiones del oficio en un país donde el periodismo sigue debatiéndose entre la vocación, la
precariedad y la influencia política.
“Fui periodista de baranda”, dice Gómez para describir sus años cubriendo juzgados,
audiencias y expedientes judiciales. De allí aprendió que el periodismo se hace con
paciencia, con memoria y con desconfianza. En esa etapa descubrió un método: seguir los
rastros del poder, no sus declaraciones. Así investigó a magistrados, políticos y
empresarios, convencido de que los hechos más relevantes del país ocurren lejos de los
micrófonos.
Su paso al sector público, primero como asesor del ministro Néstor Osuna y luego como
jefe de prensa del presidente, lo enfrentó a una paradoja: la de quien conoce los
mecanismos del periodismo, pero ahora debe comunicarse desde el otro lado. “En el
gobierno, uno también ve la ansiedad del periodista que necesita una frase para llenar la
nota del día”, comenta. “Con un dato, hacen noticia; con una historia completa, a veces no”.
Gómez considera que el periodismo colombiano carga con una doble crisis: una económica,
que condena a muchos reporteros a la inestabilidad, y otra ética, derivada de la
dependencia de fuentes oficiales. “El periodismo de investigación es caro y exige tiempo;
por eso sobrevive solo en unos pocos espacios”, ha dicho. En su visión, el periodista se ha
visto forzado a reemplazar la investigación por la inmediatez, y el contexto por el trino.
Su paso por la Casa de Nariño no fue ajeno a esa tensión. Intentó profesionalizar la
comunicación estatal y tender puentes con los medios, pero terminó renunciando meses
después. Su salida, sin embargo, deja una lección sobre la fragilidad de las estructuras
comunicacionales del Estado y la necesidad de que los periodistas sigan haciendo
preguntas, incluso cuando están del otro lado del micrófono.
“Ser periodista en Colombia”, resume Gómez, “es aprender a moverse entre la violencia, la
desconfianza y la pasión. Es una forma de sobrevivir contando”. Y quizás por eso su
historia, más que un tránsito del periodismo al poder, refleja el recorrido de quien intenta no
perder la voz en medio del ruido.


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