El oficio y el poder: ser periodista en Colombia según Guillermo Gómez


Escrito por Isabella Sanchéz
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En Colombia, ser periodista es una tarea que oscila entre el ideal de fiscalizar al poder y la realidad de sobrevivir dentro de él. Así lo sugiere la trayectoria de Guillermo Gómez Romero, periodista de investigación, tres veces ganador del Premio Simón Bolívar y, hasta hace poco, secretario de Comunicaciones de la Presidencia. Su historia resume las tensiones del oficio en un país donde el periodismo sigue debatiéndose entre la vocación, la precariedad y la influencia política.

“Fui periodista de baranda”, dice Gómez para describir sus años cubriendo juzgados, audiencias y expedientes judiciales. De allí aprendió que el periodismo se hace con paciencia, con memoria y con desconfianza. En esa etapa descubrió un método: seguir los rastros del poder, no sus declaraciones. Así investigó a magistrados, políticos y empresarios, convencido de que los hechos más relevantes del país ocurren lejos de los micrófonos. 

Su paso al sector público, primero como asesor del ministro Néstor Osuna y luego como jefe de prensa del presidente, lo enfrentó a una paradoja: la de quien conoce los mecanismos del periodismo, pero ahora debe comunicarse desde el otro lado. “En el gobierno, uno también ve la ansiedad del periodista que necesita una frase para llenar la nota del día”, comenta. “Con un dato, hacen noticia; con una historia completa, a veces no”. 

Gómez considera que el periodismo colombiano carga con una doble crisis: una económica, que condena a muchos reporteros a la inestabilidad, y otra ética, derivada de la dependencia de fuentes oficiales. “El periodismo de investigación es caro y exige tiempo; por eso sobrevive solo en unos pocos espacios”, ha dicho. En su visión, el periodista se ha visto forzado a reemplazar la investigación por la inmediatez, y el contexto por el trino. 

Su paso por la Casa de Nariño no fue ajeno a esa tensión. Intentó profesionalizar la comunicación estatal y tender puentes con los medios, pero terminó renunciando meses después. Su salida, sin embargo, deja una lección sobre la fragilidad de las estructuras comunicacionales del Estado y la necesidad de que los periodistas sigan haciendo preguntas, incluso cuando están del otro lado del micrófono. 

“Ser periodista en Colombia”, resume Gómez, “es aprender a moverse entre la violencia, la desconfianza y la pasión. Es una forma de sobrevivir contando”. Y quizás por eso su historia, más que un tránsito del periodismo al poder, refleja el recorrido de quien intenta no perder la voz en medio del ruido.

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