Petro y el 2026: ¿Reinventarse o desaparecer?

 


Imagen construida con otras fuentes, pero realizada por el editor general de La Nota Política.

Escrito por David Novoa

Desde que Gustavo Petro asumió la presidencia en agosto de 2022, su gobierno ha estado marcado por la transformación y el cambio. Sin embargo, no se puede negar que la izquierda en Colombia está atravesando sus horas más difíciles, y en buena parte, la crisis es provocada desde adentro. 
La reciente reestructuración del gabinete ministerial no es solo una medida administrativa; es una señal de que el gobierno se está desgastando en medio de disputas internas y pugnas de poder. Los enemigos del proyecto progresista no solo están afuera, en la derecha, los partidos de oposición y los sectores conservadores, sino también dentro del propio petrismo. Laura Sarabia y Armando Benedetti son ejemplos de figuras que, en mi opinión y la de muchos que acompañan este gobierno, están lejos, años luz, de fortalecer el gobierno. Han sido fuente de escándalos, desconfianza y división.
Por otro lado, la renuncia de Susana Muhamad, ministra de Ambiente, junto con Andrés Camacho, ministro de Minas y Energía, Daniel Rojas, ministro de Educación, la ya cantada y oficializada renuncia irrevocable de Gloria Inés Ramírez en el Ministerio del Trabajo, representan un golpe estructural al proyecto de transformación del país. Estos no son funcionarios cualquiera, comunes y corrientes; son figuras esenciales, claves e importantes del petrismo, o como dirían por ahí, "petristas pura sangre". Sus salidas, de confirmarse todas, no solo dejarán vacíos en la administración del gobierno nacional y en sus carteras ministeriales, sino que alimentarán la percepción de que el gobierno está fracturado. 
El Consejo de Ministros televisado, para mí, fue el peor de los errores del presidente. Duele decirlo, porque en aras de demostrar un gobierno cercano, blanco y con todo lo que eso significa (o lo que normalmente nunca vemos), fue todo lo contrario. Fue la muestra más cruda de la crisis interna. Mientras Petro reclamaba por las promesas incumplidas, su propio equipo exhibía diferencias irreconciliables. Francia Márquez, por ejemplo, dejó claro su descontento con el nombramiento de Benedetti, y eso es significativo. Lo triste viene cuando vemos que los líderes más comprometidos con la agenda de Petro empiezan a marcar distancia, y eso es porque algo no está funcionando bien. 
A esto se suma el factor tiempo. El gobierno está a un año y medio de terminar, y muchas de las reformas clave, como la laboral y la de salud, siguen estancadas. La promesa de la "paz total" enfrenta más obstáculos que avances, con negociaciones suspendidas y crisis humanitarias en regiones como el Catatumbo. Si el gobierno no logra consolidar cambios estructurales en este periodo, la derecha capitalizará el descontento en las elecciones de 2026, y eso sería lo peor que le puede ocurrir a Colombia en estos momentos de alta tensión. 
Como lo dije en este tweet en la red social X: 
Ahora bien, el problema no es Petro ni su visión de país, como los medios de "desinformación" nos quieren hacer creer. El problema es la fragilidad del equipo que lo rodea y la falta de cohesión vista últimamente en la izquierda. No se puede negar que hay una parte del gabinete que ha trabajado con disciplina y compromiso, pero los escándalos y la improvisación han empañado estos logros. Se ha perdido la oportunidad de fortalecer un movimiento para consolidarlo, con bases institucionales fuertes, que garanticen la continuidad del proyecto progresista más allá de 2026.

En este punto, y desde mi opinión y estudio rápido, Petro tiene dos opciones: cerrar filas con los sectores más comprometidos con el proyecto o seguir dando espacio a figuras que han demostrado ser más un problema que una solución. Lo que sí es claro para mí es que las renuncias pueden ser una oportunidad para depurar el gobierno y fortalecerlo, pero si el remezón solo sirve para cambiar nombres sin resolver la crisis de fondo, el desgaste será irreversible. 

Lo que está en juego no es solo la gobernabilidad del presente, sino el futuro de la izquierda en Colombia. Y aunque suene pesimista para un proyecto que está empezando, la realidad es así de triste. Si el gobierno sigue perdiendo figuras clave y dejando que las pugnas internas dominen la agenda, el camino hacia 2026 será cuesta arriba. El petrismo necesita unidad, pero sobre todo necesita decisión. 

Es evidente para casi todos, como yo, que aún queda tiempo para enderezar el rumbo. Pero si el gobierno no logra consolidar un equipo sólido, la derecha aprovechará cada error para cimentar su regreso al poder en 2026.
 
El petrismo aún no está acabado, pero está en su momento más crítico. Y lo que haga en los próximos meses definirá si será recordado como el gobierno que transformó Colombia o como un experimento fallido de la izquierda. Y esperemos, ojalá, que no sea la segunda opción.

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