En
Colombia hemos crecido escuchando que la guerrilla representa “la voz de los
oprimidos”. Que las FARC y el ELN son expresiones del pueblo cansado de la
injusticia. Pero basta con escarbar un poco —con quitarle la máscara romántica
al discurso armado— para darnos cuenta de que eso no es del todo cierto. O
mejor dicho: es una verdad a medias, y las medias verdades, como sabemos,
también son formas del engaño sistemático.
Me atrevería
a decir sin miedo, que las FARC y el ELN -guerrillas y paramilitares- son
igualitos, aunque se disfracen distinto. Su estética puede cambiar, sus discursos
pueden sonar distintos —unos más religiosos, más pro-guerra, otros más marxistas— pero en el
fondo, en lo esencial, son y representan lo mismo: estructuras armadas, ilegales, con alto
capital social, económico y político, construidas a partir del control, la
guerra y la muerte. Y sí, los tres: control, guerra y muerte —que suenan feos y
lo son— pero son los pilares fundamentales de su analogía.
Aunque
los métodos que usan puedan diferir (el ELN se recuesta más en el secuestro
como práctica de poder, mientras las FARC se profesionalizaron en la coca), el
objetivo último suele coincidir: el control territorial y social. Ambos
buscan dominar poblaciones, definir normas, imponer reglas, construir
mini-estados donde ellos sean los jueces, la policía, el congreso y el
presidente, todo eso al mismo tiempo.
Y hay más: son insurgencias con nexos directos o indirectos con el narcotráfico. Pero también son actores que han penetrado el Estado. A veces por las malas, a veces por las buenas —en su mayoría la modalidad suele ser la primera opción—, como lo hizo el M-19 —no del todo— en su tiempo.
La guerrilla aprendió que no basta con pegar tiros; también hay que sentarse en el Congreso, escribir artículos, dar entrevistas, poner voceros con buena labia.
A
diferencia de los paramilitares —que también son una mafia con tintes
políticos, aunque más visibles y escandalosos—, la guerrilla prefiere mantener
su capital humano antes que el territorial. Es decir, si deben escoger entre
mantener a su gente o mantener un pedazo de tierra, sacrifican la tierra. ¿Por
qué? Porque saben que sin gente no hay estructura. Y sin estructura, no hay
nada.
Pero no nos engañemos. Las FARC, en particular, tienen una lógica interna "casi" igual al Estado.
Son cadenas de mando claras —y en muchos casos efectivas—, órdenes ejecutadas e instrumentalizadas desde un centro de poder y una disciplina rígida.
En mi opinión, son el Estado, pero sin tanta
burocracia ni tantas oficinas de papel.
Son
literalmente, una suerte —muy lejana— de “Estado criminal” paralelo, eficiente
en su lógica y cruel en su ejecución.
Y cuando
esas cadenas de mando se rompen —por captura, traición o muerte— nacen las
llamadas disidencias. Que no son otra cosa que pedazos del mismo monstruo,
ahora sin una cabeza clara y visible, pero igual de violentos.
Ahora, en
mi opinión, la guerrilla agrede, de manera, más frecuentemente y de forma más amenazante
que los paramilitares. Mientras estos últimos —los paramilitares— usan el miedo
para mantener el orden, la guerrilla lo usa para destruir el orden y construir
el suyo. La expropiación, la amenaza, la extorsión y la muerte hacen parte del
menú diario en sus territorios de influencia.
Y aunque
hay matices y zonas grises, lo cierto es que ya es hora de hablar con claridad,
sin adornos. Porque mientras sigamos creyendo que la violencia armada es una
respuesta legítima a la injusticia, seguiremos atrapados en el mismo círculo de
siempre: uno donde los que dicen defender al pueblo terminan matándolo,
cobrándole impuestos ilegales —vacunas— y usándolo como escudo humano en cada
enfrentamiento.
Hoy por
hoy, esas estructuras dominan amplias zonas del país. Se volvieron Estado en
regiones abandonadas. No por ideología, sino por práctica. Por eso, no me arrepiento del titulo de este articulo, porque cada vez estoy más seguro que la ley no la pone el
Congreso. La pone el fusil. Y cuando un campesino tiene que elegir entre una
tutela inútil o la orden de un comandante armado, ya sabemos cuál pesa más.
Posdata: Este artículo es también un pequeño ejercicio de memoria crítica. La mayoría de las ideas aquí expuestas nacen —aunque deformadas por mi propia interpretación— de una lectura incompleta del libro “Y refundaron la patria... De cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano”, escrito por la exalcaldesa de Bogotá, Claudia López, cuando todavía se dedicaba a hacer política seria, y no lo que hace ahora.
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