No me retracto: La ley la pone el fusil

Imagen construida con otras fuentes, pero realizada por el editor general de 
La Nota Política.

Escrito por David Novoa

Lo primero que quiero aclarar, es que este texto no busca directamente ser una continuación al texto “El precio del olvido en el Catatumbo” de nuestra compañera Mariana Ramírez. Ni una continuación de cómo se fraguo el olvido en el Catatumbo, pero sí de algo que está profundamente relacionado: las estructuras ilegales que hoy, por medio de la guerra, el miedo y el dinero, se han adueñado de esa región y de muchas otras en Colombia.

En Colombia hemos crecido escuchando que la guerrilla representa “la voz de los oprimidos”. Que las FARC y el ELN son expresiones del pueblo cansado de la injusticia. Pero basta con escarbar un poco con quitarle la máscara romántica al discurso armado para darnos cuenta de que eso no es del todo cierto. O mejor dicho: es una verdad a medias, y las medias verdades, como sabemos, también son formas del engaño sistemático.

Me atrevería a decir sin miedo, que las FARC y el ELN -guerrillas y paramilitares- son igualitos, aunque se disfracen distinto. Su estética puede cambiar, sus discursos pueden sonar distintos unos más religiosos, más pro-guerra, otros más marxistas pero en el fondo, en lo esencial, son y representan lo mismo: estructuras armadas, ilegales, con alto capital social, económico y político, construidas a partir del control, la guerra y la muerte. Y sí, los tres: control, guerra y muerte que suenan feos y lo son pero son los pilares fundamentales de su analogía.

Aunque los métodos que usan puedan diferir (el ELN se recuesta más en el secuestro como práctica de poder, mientras las FARC se profesionalizaron en la coca), el objetivo último suele coincidir: el control territorial y social. Ambos buscan dominar poblaciones, definir normas, imponer reglas, construir mini-estados donde ellos sean los jueces, la policía, el congreso y el presidente, todo eso al mismo tiempo.

Y hay más: son insurgencias con nexos directos o indirectos con el narcotráfico. Pero también son actores que han penetrado el Estado. A veces por las malas, a veces por las buenas en su mayoría la modalidad suele ser la primera opción, como lo hizo el M-19 no del todo en su tiempo. 

La guerrilla aprendió que no basta con pegar tiros; también hay que sentarse en el Congreso, escribir artículos, dar entrevistas, poner voceros con buena labia.

A diferencia de los paramilitares que también son una mafia con tintes políticos, aunque más visibles y escandalosos, la guerrilla prefiere mantener su capital humano antes que el territorial. Es decir, si deben escoger entre mantener a su gente o mantener un pedazo de tierra, sacrifican la tierra. ¿Por qué? Porque saben que sin gente no hay estructura. Y sin estructura, no hay nada.

Pero no nos engañemos. Las FARC, en particular, tienen una lógica interna "casi" igual al Estado. 

Son cadenas de mando claras y en muchos casos efectivas, órdenes ejecutadas e instrumentalizadas desde un centro de poder y una disciplina rígida. 

En mi opinión, son el Estado, pero sin tanta burocracia ni tantas oficinas de papel.

Son literalmente, una suerte muy lejana de “Estado criminal” paralelo, eficiente en su lógica y cruel en su ejecución.

Y cuando esas cadenas de mando se rompen por captura, traición o muerte nacen las llamadas disidencias. Que no son otra cosa que pedazos del mismo monstruo, ahora sin una cabeza clara y visible, pero igual de violentos.

Ahora, en mi opinión, la guerrilla agrede, de manera, más frecuentemente y de forma más amenazante que los paramilitares. Mientras estos últimos los paramilitares usan el miedo para mantener el orden, la guerrilla lo usa para destruir el orden y construir el suyo. La expropiación, la amenaza, la extorsión y la muerte hacen parte del menú diario en sus territorios de influencia.

Y aunque hay matices y zonas grises, lo cierto es que ya es hora de hablar con claridad, sin adornos. Porque mientras sigamos creyendo que la violencia armada es una respuesta legítima a la injusticia, seguiremos atrapados en el mismo círculo de siempre: uno donde los que dicen defender al pueblo terminan matándolo, cobrándole impuestos ilegales vacunas y usándolo como escudo humano en cada enfrentamiento.

Hoy por hoy, esas estructuras dominan amplias zonas del país. Se volvieron Estado en regiones abandonadas. No por ideología, sino por práctica. Por eso, no me arrepiento del titulo de este articulo, porque cada vez estoy más seguro que la ley no la pone el Congreso. La pone el fusil. Y cuando un campesino tiene que elegir entre una tutela inútil o la orden de un comandante armado, ya sabemos cuál pesa más.

Posdata: Este artículo es también un pequeño ejercicio de memoria crítica. La mayoría de las ideas aquí expuestas nacen aunque deformadas por mi propia interpretación de una lectura incompleta del libro “Y refundaron la patria... De cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano”, escrito por la exalcaldesa de Bogotá, Claudia López, cuando todavía se dedicaba a hacer política seria, y no lo que hace ahora. 



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