¡Que visaje!


Escrito por Juan J. Villamizar
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Hace unos días, el país amaneció con el alma en vilo, se vivía un clima de incertidumbre como si la Embajada de los Estados Unidos fuera el nuevo vaticano y Petro fuera excomulgado por el mismísimo Tío Sam.

Al presidente Petro le habían quitado la visa desde Washington. Las reacciones no se hicieron esperar, provenientes desde los altos caudillos del gobierno hasta ministros que renuncian a ella sin haberla tenido, como quien vota no al plebiscito de una paz que siquiera ha conocido. Los noticieros, los tuiteros y el país comenzaron a debatir con furor patriótico sobre un documento que, para la mayoría de colombianos siempre fue un sueño remoto, no un derecho adquirido.

No fue equiparable la fila de atención para las EPS ni la de los responsables que aún siguen impunes ante la JEP, comparada a la fila de ministros y altos delegados que, con desfile patriótico y sentido de pertenencia, comenzaron a renunciar a su visa. Parece ser que hubo más compromiso para renunciar a las vacaciones en Disney que para defender a tiempo las reformas del gobierno desde sus carteras.

Manos a la obra, siendo el patriotismo su pincel, y Twitter (X) su lienzo, el mandatario se destinó a condenar y filosofar, rematando con aquella patriótica e impactante frase: “Para ir a Ibagué no se necesita visa” al mejor estilo de Samper en los 90’s cuando mencionó que para ir a Chaparral no la necesitaría.

Habría entonces que recordarle al presidente Petro que quizá para Ibagué no necesite visa, pero para ir al Catatumbo, por ejemplo, se necesita que los diálogos con las estructuras al margen de la ley continúen y haya garantías de seguridad para la población civil. Que, si para Ibagué no se necesita visa, para Boyacá se requiere una negociación amplia con los campesinos paramunos y los mineros para que, en lugar de bloqueos, desde el gobierno nacional se les brinden las garantías necesarias para la ejecución de sus actividades económicas. Que en la capital del Tolima no le solicitarán el visado, pero si le reclamarán los jóvenes que, a tres años de gobierno, apenas podrán acceder a una condonación del 25% de sus deudas con el Icetex luego de una larga pugna. Que seguramente la visa pasará a segundo plano, pero la salud no lo podrá hacer y que la deuda billonaria con clínicas y hospitales, únicamente perjudicará a los millones de usuarios que aún no tienen acceso efectivo a este derecho fundamental.

El problema no es la visa, sino la vida. Mientras la pérdida de esta certificación se convierte en titular de todos los medios de comunicación, los hospitales siguen colapsando, los niños y niñas de la Guajira y el Chocó siguen muriendo sin agua potable y la educación pública se asfixia con presupuestos raquíticos.

Y es precisamente esa Colombia, esa gran mayoría, quienes nos indignamos con algo más útil: la inseguridad, el desempleo y la pobreza extrema. Los que sabemos que la dignidad nacional no se juega en una ventanilla consular y que no tener una visa no es prueba de independencia, cuando seguimos dependiendo del dólar, del petróleo, de los TLC y de la bendición del FMI.

No hay soberanía verdadera si el país se cae a pedazos por dentro mientras se proclama autónomo por fuera.

Así que si, que visaje. Porque una nación que se discute más la perdida de visa de su presidente y su gabinete antes que la verdadera construcción de paz y la unidad nacional, no hace falta que la saboteen con una descertificación, ella se sabotea sola.

El visaje no es que Estados Unidos quite visas. El visaje es que propiamente Colombia siga quitándole oportunidades a su gente. Que haya ministros que renuncian a sus visas, pero no a sus privilegios, que haya congresistas que condenan las decisiones desde Washington, pero olvidan la realidad de sus regiones.

Que visaje, porque cuando un pueblo acostumbra a indignarse por lo superficial y callar ante lo esencial, el visaje deja de ser diplomático… y se vuelve moral.


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